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lunes, 22 de octubre de 2012

Ahora mismo soy un excremento de perro aplastado por un camión sobre el asfalto.
Antes tenía forma, seguía estando ahí, en el asfalto, rodeada de gris y ruido y peligro.
Pero tenía forma, completa, en la individualidad de mi pestilente existencia, en el gran mapa de las carreteras.
Tenía esencia, un todo, un pequeño todo.
Era vida y entre los grises siempre había algún rallo de luz colorido que iluminaba los momentos, y entre los olores que mi vida emitía siempre había alguno externo que sobrepasaba los propios.

Hoy no, eso era antes. Hoy un camión rojo me ha pasado por encima.
Me ha dejado fundida con el suelo y se ha llevado partes de mí, esas partes que aún podían absorber algo de positivismo.
Necesito esas partes, estoy a trozos esparcida. No me encuentro.
Ya no tengo forma y todo es gris, mi hábitat es gris. Vivo en ese color.

¿Cuántos camiones más han de venir? ¿Cuántos más seré capaz de resistir?
¿Cuántas partes más de mí he de perder hasta no volver a encontrarme?
 Mientras yo, sumisa, indefensa no puedo moverme, paralizada y veo a lo lejos que la trayectoria del próximo camión me pillará de lleno.
Dejándome sin aliento. Seca. En el olvido.

Desbordada.
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En el momento que te descubres escuchando Lana del Rey antes de acabar el día, es cuando te das cuenta que algo no marcha bien, nada bien. Y, aún así, sigues escuchándola.

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