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jueves, 9 de enero de 2014

Escribir es respirar.

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 Muchas veces nos preguntamos cuál fue el día que dejó de escribir o si, quizás, no fue un día, sino una escalera de sucesos descendientes la que la llevó al subsuelo.
Ahora, muchas veces nos lo preguntamos; estaba claro que sus dedos se atrofiaron; su piel rosada, se deshidrató; la luz de sus ojos, se apagó y sus labios, antes rosados y carnosos, tornaron azulados y enfermizos.
Y es que todos tropezamos con que el día que dejó de escribir, se dejó también perder a sabiendas y, así, pararon las palabras y, por tanto, la respiración.
Muchos nos preguntamos cuándo dejó de escribir, de inhalar y exhalar las letras, de buscarse, de abrir sus pulmones al Mundo del, entonces, hoy.
Porque, cierto es, que feliz todos sabíamos que nunca lo había sido, que por eso escribía.

(Postales desde Friolandia de la persona más cálida)
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"Y creo que en eso consiste escribir, en respirar. Lo haces sin querer, inconsciente, y cuando dejas de hacerlo, aunque sea por poco tiempo, mueres ahogado por las palabras que consiguen roer tus huesos y tus musculos. Por eso decidí que suicidaría lo mejor de mí mismo para poder matarme yo.
Por eso dejé de escribir, supongo, por miedo a la vida. Al ruido. A las luces. A encontrarme ya muerta en las palabras del ayer y no poder hacer nada para sobrevivir al hoy. Prefiero morir en el hoy y olvidarme entonces del mañana. Dejar ya de buscarme en la oscuridad de mis puertas cerradas y mis persianas bajadas al Mundo."

¿Y qué es Mundo?

Cé.

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