Muchas veces nos preguntamos cuál fue el día que dejó de escribir o si, quizás, no fue un día, sino una escalera de sucesos descendientes la que la llevó al subsuelo.
Ahora, muchas veces nos lo preguntamos; estaba claro que sus dedos se atrofiaron; su piel rosada, se deshidrató; la luz de sus ojos, se apagó y sus labios, antes rosados y carnosos, tornaron azulados y enfermizos.
Y es que todos tropezamos con que el día que dejó de escribir, se dejó también perder a sabiendas y, así, pararon las palabras y, por tanto, la respiración.
Muchos nos preguntamos cuándo dejó de escribir, de inhalar y exhalar las letras, de buscarse, de abrir sus pulmones al Mundo del, entonces, hoy.
Porque, cierto es, que feliz todos sabíamos que nunca lo había sido, que por eso escribía.
| (Postales desde Friolandia de la persona más cálida) |
"Y creo que en eso consiste escribir, en respirar. Lo haces sin querer, inconsciente, y cuando dejas de hacerlo, aunque sea por poco tiempo, mueres ahogado por las palabras que consiguen roer tus huesos y tus musculos. Por eso decidí que suicidaría lo mejor de mí mismo para poder matarme yo.
Por eso dejé de escribir, supongo, por miedo a la vida. Al ruido. A las luces. A encontrarme ya muerta en las palabras del ayer y no poder hacer nada para sobrevivir al hoy. Prefiero morir en el hoy y olvidarme entonces del mañana. Dejar ya de buscarme en la oscuridad de mis puertas cerradas y mis persianas bajadas al Mundo."
Cé.

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