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viernes, 21 de diciembre de 2012

Vaya mundo de locos el de la taberna de Platón

Somos sensibles. Vivimos en un mundo sensible. Creemos, pensamos y hacemos gracias a lo que reciben nuestros sentidos, lo que vemos, lo que oímos. Y así, tan sensibles como somos, nos dejamos influenciar. Somos influenciados como si de una roca en un caño antes seco, tras el desborde del río, se tratara. Fluimos en masas pues. Captamos mediante los medios de comunicación la mitad de las cosas que quieren comunicar y, que de forma específica, quieren que captemos. Así la esencia, lo que realmente pasa en el mundo, nos llega deforme, sin forma, como si de una nebulosa se tratara, dando pinceladas de información, pinceladas del color político que al medio le venga mejor.  El rojo y azul repetidos hasta la saciedad no nos dejan ver el resto de colores, la gran gama de tonalidades que existen. Las ideas, lo que realmente las cosas son, nunca llegarán integras a nosotros mientras, sumisos, nos conformemos con oír, que ni siquiera escuchar, a un señor trajeado detrás de una pantalla informando de la forma más fría posible, las barbaridades más calientes. Y nuestra alma se degenera, da pasitos para atrás, evoluciona del revés, corrompiéndose a sí misma por no saber pensar.
Image and video hosting by TinyPicPorque alma es pensar y la reminiscencia no es más es recordar, recordar la inmortalidad de nuestros pensamientos, de nuestras opiniones propias, sin influencias, la constancia que se deja de un pensar bien pensado porque siempre habrá alguien que aprenda. El alma crece con la opinión propia razonada y decrece, a una velocidad vertiginosa, cuando esos señores y señoras repintados, sentados en frente de una cámara y que se dirigen a ti por la caja tonta, te convencen sin ser convencido, sin reflexión, que lo que dicen es tan verdad como la lluvia y el sol. Vigilan tu opinión, hasta la última palabra que tu pensar genera. 
Aunque muchas culpas caen sobre los títeres y pocas sobre las manos que los mueven, sean estas las personas gigantes de las que se habla, bien y mal, mal y bien. Estos gigantes que tienen poder para mejorar el alma entera del mundo y que, en vez de eso, lo arrasan con sus pies, pisan tan fuerte que son capaces de destrozar almas de poblaciones enteras, de degenerarlas hasta el punto más extremo, hasta los últimos centímetros de un precipicio. Así, estos gigantes suponen ser los sabios que nos guiarán al progreso. Sabios que no saben, que dirigen, no cualquier dirección sino en la que personalmente les viene mejor, y que controlan a la población llana mediante los vigilantes. Vigilantes valientes, con chalecos que les salvan de los castigos, con armas que les protegen de las contradicciones. Vigilantes que controlan con armas, en la calle, y que crean pensamiento, en pantallas. 
Y mientras nosotros, el pueblo, los números del censo, el supuesto "por" y "para" de todo este tinglado que se monta, la multitud que grita en silencio de desconsuelo y dolor, de depresión y ganas de saltar por ese precipicio, nos resignamos a ser dirigidos como cabras por pastor, porque esa es nuestra función. Templanza. Templado el café que nos tomamos por las mañanas antes de que enfríen nuestro cerebro las influencias que por los oídos entran.
Y los políticos que suponen saber mucho dirigen entre ellos y para ellos, los vigilantes valientes utilizan la valentía como escudo y como paraguas para no mojarse, el pueblo, esa multitud que vive ausente a todo lo que le es propio, muerde sus puños, con moderación, sobriedad y continencia aunque no se dé cuenta, porque su alma, sucia y polvorienta del desuso, quiere salir a pasear. 


Vaya mundo de locos. Pensando en silencio en la taberna de Platón, no vaya a ser que alguien escuche y se nos castigue con la etiqueta de LIBREPENSADOR.

Cédeclara.

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